Cada día me encuentro con mujeres que se hacen esa misma pregunta ¿Qué me está pasando? Tengo un buen trabajo, una familia, en verdad lo que necesito para vivir… pero siento que algo no marcha bien.
Me siento agotada, exhausta, con falta de foco y con la cabeza a mil por hora. Y todo ello a pesar de que “aparentemente” no debería haber nada por lo que preocuparse ¿O sí?
Estamos tan inmersas, por lo general, en la corriente del hacer – hacer que nos pasan desapercibidas muchísimas circunstancias que afectan directamente a los nuestros niveles de estrés.
Tenemos la tendencia a relacionar el estrés con la sobreactividad, las prisas, el agotamiento. Es más, en algunos casos, hemos llegado a pensar que vivir así era deseable o admirable.
Vivimos en una sociedad en la que nos sentimos mucho más atraídas por la imagen de una persona que nos muestra que ha estado todo el día de arriba para abajo, casi sin tiempo para comer ni parar un minuto y que, agotada cae en la cama. Y encima para colmo no puede dormir de lo agitada que está.
Pero el estrés va mucho más allá que un estilo de vida ajetreado. Incluye también una forma de ver y reaccionar a la realidad que nos rodea, así como múltiples consecuencias físicas y psicológicas de las que nos ocuparemos en próximos posts.
Lo más complicado de entender del estrés es que puede aparecer por múltiples vías (lo que vivimos y cómo lo vivimos), y, además, se manifiesta de formas muy diversas (de la agitación intensa a la depresión).
Y es que no hay un hecho aislado el que nos hace vivir y sentir el estrés. Se trata de un proceso dinámico en el que influyen factores externos a la propia persona, así como factores internos o propios.
Factores externos (a la persona):
Comprende un amplio conjunto de sucesos desde los sucesos vitales (nuestra propia historia familiar, los eventos más destacados potencialmente estresantes), los sucesos cotidianos o estrés diario (el ambiente en el que nos desenvolvemos, el tráfico, las prisas del día a día, sucesos fortuitos, discusiones…), y, por último, un tipo de eventos que denominamos como estrés crónico que comprende principalmente el estrés laboral y el del rol que ocupamos en la sociedad (madre, profesional…)
Debemos ver todos estos eventos como un conjunto totalmente interdependiente, ya que sus efectos se solapan y entrecruzan en el día a día.
Es fácil de ver en el siguiente caso: en pleno confinamiento por la pandemia (suceso vital), una enfermera de cuidados intensivos y madre (estrés crónico) tiene que ayudar a su hijo con las clases por videollamada (estrés diario).
Por su gravedad cabe destacar el estrés crónico. Las principales causas de estrés crónico son:
La importancia del estrés crónico, a diferencia del estrés diario es que el estrés crónico no tiene un inicio y un fin muy determinado ni está asociado, por tanto, a un evento muy concreto, y por ello el evento, y, por tanto, el estrés suele extenderse por un período de tiempo bastante largo ocasionando importantes efectos sobre la salud física y psicológica.
Factores internos:
Como decíamos, en el proceso del estrés hay múltiples factores que intervienen, pero, desde luego hay una serie de factores fundamentales en el proceso. Esos, justamente, que dependen de cada uno de nosotros.
El primero de ellos es la evaluación y valoración que hacemos de cualquier evento y los recursos que sentimos que tenemos para afrontarlo. Sin duda, trabajar esta área es fundamental manejar adecuadamente el estrés.
Estaremos de acuerdo que no es lo mismo interpretar una situación como una potencial pérdida, un peligro o daño, o un desafío ¿verdad?
La propia evaluación que hacemos del evento en cuanto a si es positivo o negativo, si está dentro de nuestro control o no, o si sentimos tener recursos para afrontarlo entre otros; tiene gran influencia en el proceso.
El segunda, sin duda, que afecta además al proceso de evaluación y valoración, son las características personales de cada uno las que podríamos decir que terminan por definir el potencial estresante de cualquier evento.
De esta forma, podríamos las 5 características personales propias de una persona resistente al estrés:
Por eso decimos muchas veces que un evento “no es” sino que “lo vemos” de una forma concreta. Estarás de acuerdo que ante un mismo suceso dos personas con historias personales distintas y por tanto características de personalidad diferentes, pueden ver un mismo suceso de forma muy distinta.
Por suerte tenemos a nuestro alcance las herramientas necesarias para hacer frente a este tipo de situaciones. De todas ellas hoy quiero destacar la práctica de mindfulness o atención plena.
El ejercicio de la atención plena no va a cambiar radicalmente el evento estresante, pero si va a cambiar la forma en la que lo vemos, lo evaluamos, lo vivimos y respondemos a él.
Actúa de forma clara potenciando esas 5 características de una responsabilidad resiliente al estrés.
En definitiva, la práctica de mindfulness es el factor equilibrante, es el pilar sobre el que se pueden desarrollar el resto de cualidades: autoestima, regulación emocional, flexibilidad, optimismo y responsabilidad.
Llevar la atención a nuestra vida, a los detalles, a las actividades a las relaciones nos ayuda a arrojar luz sobre ella. A llevar consciencia a las situaciones estresantes. Sin este primer paso, nada puede cambiar.
Este punto me recuerda la historia dos peces jóvenes que se encuentran de frente con un pez mayor y este les pregunta: “¿Qué hay chicos?, ¿cómo está el agua? Los dos peces más jóvenes se miran incrédulos y cuando ya se ha marchado el pez grande dicen… “¿El agua? ¿Qué es el agua?”.
¿Te ves reflejada en esta situación? Estaré encantada de leerte por aquí. También si lo deseas te invito a que compartas en redes tu reflexión sobre este tema.